Cómo criticar y no ser odiado por ello

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Comienzo esta entrada haciendo una confesión: si existe algo que me repatea, sin duda alguna, es cuando otra persona trata de aplicarme la técnica del emparedado/sándwich, ¿por qué? Muy sencillo. Porque todo lo que haya dicho antes de usar el “pero”, para mí, deja de tener valor. Pongo un ejemplo: Rodrigo, eres una persona que sabe escuchar y que le gusta ayudar a los demás pero… Es indistinto lo que me diga después de esta última palabra. Porque, bajo mi punto de vista, los halagos del principio realmente no fueron tal cosa, sino una simple estrategia para quitarle hierro a la apreciación que me quisiera hacer.

Hoy continúo con una serie de entradas que toman como base capítulos del libro de Dale Carnegie titulado Cómo disfrutar de la vida y el trabajo. La presente es del capítulo 18: Cómo criticar y no ser odiado por ello. En este, se nos aconseja, entre otras cosas, cambiar el “pero” por la “y”. Pongo un ejemplo: veo que has organizado tu cuarto pero, te has olvidado de barrer debajo de la cama. Aplicando la recomendación del capítulo sería: veo que has organizado tu cuarto y, cuando barras debajo de tu cama, habrá quedado más limpio que una patena.

El mero cambio de una pequeña palabra puede representar la diferencia entre el triunfo y el fracaso en cambiar a una persona

Comprendo que el objetivo es el mismo, sin embargo, con la propuesta del libro, enaltecemos el trabajo hecho y ofrecemos, además, una oportunidad de mejora. Es decir, no se está desprestigiando lo realizado como con el “pero” y, de no seguirse la recomendación, igualmente habremos dejado en claro que apreciamos la labor que se llevó a cabo. Es un ganar-ganar en toda regla. Con todo, no está de más añadir que la mejor forma de enseñar algo a alguien es a través del ejemplo.

Tomemos como base el contexto del cuarto arreglado, ¿tendría peso que la apreciación nos la hiciera alguien cuyo dormitorio pareciera que hubiese estado en medio de un huracán? Personalmente, no. Se me ocurren otras situaciones donde las personas nos atrevemos a poner el foco en los defectos de los demás, pero somos incapaces de ver los nuestros propios. Desde la puntualidad hasta lo laborioso que se es dentro del puesto de trabajo. ¿Cómo alguien impuntual o poco trabajador puede tener el descaro de sentirse en la posición de exigir a los demás que lleguen con tiempo a las reuniones o que entreguen tareas de mejor calidad?

No se puede enseñar nada a una persona; sólo se le puede ayudar a encontrar la respuesta dentro de sí misma

Carl Langford, que fue alcalde de Orlando, Florida, donde se encuentra Disney World, durante muchos años insistió en que su personal permitiera que la gente que fuera a verlo pudiera hacerlo. Decía tener una política de “puertas abiertas”. Aun así los ciudadanos de su comunidad eran bloqueados por secretarias y empleados cada vez que querían verlo.

Al fin, el alcalde encontró una solución. ¡Sacó la puerta de su oficina! Sus ayudantes comprendieron el mensaje, y el alcalde tuvo una administración realmente abierta al público desde que derribó simbólicamente la puerta.

Y no, con este fragmento extraído del libro no te estoy invitando a que vayas por ahí literalmente arrancando puertas. Más bien quiero reforzar lo que dije en párrafos anteriores, que la mejor forma de enseñar algo a alguien, si es que esto es posible, es a través del ejemplo. ¿Quieres que tus colaboradores a cargo sean más puntuales? Pues empieza tú mismo a llegar más temprano. Aquí tengo una pequeña historia personal que contar para ejemplificar mejor a lo que me refiero.

En cierto momento, cuando todavía trabajaba en el departamento de Sistemas, se nos llamó la atención desde la Gerencia porque, en general, estábamos ingresando en oficina más tarde de lo que se estipulaba en el contrato. Digamos que la entrada era a las 08:00 y había compañeros que llegaban 08:05, 08:10… 08:20. Quien escribe estas líneas, como buen hijo de papá, hombre puntual donde los haya, llegaba, como tarde, a las 07:50. Tal fue mi sorpresa cuando al llegar temprano vi a todos mis compañeros ya en sus puestos de trabajo. Seré honesto y diré que esto me resultó bastante extraño, con todo, quise darles el beneficio de la duda.

Para no extender más la historia, la razón de que llegaran temprano fue porque la noche anterior el jefe del departamento había enviado un mensaje advirtiendo que quien llegara tarde recibiría un llamado de atención por escrito. Entonces, viene el momento reflexivo, si quien envió el mensaje acostumbraba a llegar a las 08:30, ¿con qué moral podía exigir a los demás que entraran más temprano a oficina? Es decir, el resto de colaboradores a cargo, consciente o inconscientemente, solo estaban siguiendo el ejemplo que se les daba.

Cómo criticar y no ser odiado por ello

Opino que la mejor forma de hacerlo, es mezclando ambos estilos: enseñando a través del ejemplo y siguiendo la recomendación del libro de cambiar el “pero” por la “y”. Cojamos el contexto de la puntualidad de los párrafos anteriores, si quien hizo la observación hubiese sido una persona puntual y nos hubiera dicho: ustedes son un gran equipo, estoy muy satisfecho con el trabajo que hacen y mañana, cuando lleguen temprano, los estaré esperando para felicitarlos en persona. ¿Qué te parece? Considero que habría tenido mucho más peso y habría dejado más huella que como realmente se dio.

Para finalizar, si quieres que los demás cambien o mejoren y reduzcan así sus defectos, el primero que deberá aplicarse esta norma eres tú. Nadie más. Si buscas un cambio en el mundo, empieza por la persona que ves reflejada en el espejo. Entonces, y solo entonces, busca reconocer genuinamente las cualidades de los demás y decirles, indirectamente, cómo podrían crecer un poco más. El secreto aquí está en ser genuino, en tomarse el tiempo para enaltecer las virtudes de quienes conforman tu entorno. Somos personas y, como tal, lo más enriquecedor es construir conexiones sociales que produzcan satisfacción recíproca.

¡Sé una mente indomable!

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